martes, 31 de diciembre de 2013

TENGO Y NO TENGO

Yo tengo y no tengo un zorrito despierto
que esconde en la arena mordiscos de almuerzo.

Y tengo y no tengo su andar en sigilo,
sus ojos de fuga, su pelaje vivo.

Y tengo y no tengo un zorrito andariego
que salta en la sombra del follaje nuevo.

Y tengo y no tengo un zorrito que guarda
en frescor de cueva las piedritas pardas.

Y tengo y no tengo un zorrito con sueño
que ovilla en su cola su cuerpo pequeño.

Y tengo y no tengo un zorrito dormido
que busca en el sueño un hueso perdido.


María Cristina Ramos
En Huellas de nieve;  origami, Natalia Mendez.




lunes, 30 de diciembre de 2013

Helecho de Navidad


En un macetón bermejito y descascarado de la galería crecía el helecho pluma. Manos hábiles y tiernas habían esquivado sus espinas para amurarlo. Su transparencia verde llegaba al techo, se extendía en alto y en ancho hasta parecer un árbol plano. Estaba entre las puertas del comedor y el dormitorio de mis padres. Al pie de él se sentaba el abuelo y, años después, los fines de semana, mi padre. 
Cada Navidad mi madre lo adornaba con globos de colores, de vidrio, tan frágiles, fina redondez que limpiaba con cautela año tras año; pocos se rompieron. Para llegar a lo más alto se subía a su sillón de totora -el que había heredado de la Unidad Básica desmantelada de apuro ante la oscuridad de la “Libertadora”-. Lo adornaba a primera hora de la mañana, luego de aprontar lo necesario para la comida, luego de poner a levar el pan dulce. Los más chicos agregábamos guirnaldas de colores, un Papá Noel de plástico, una estrella. 
Después, cuando los tíos volvían de trabajar ubicaban el auto cerca, en el patio de tierra, y giraban su potente reflector de casco niquelado hacia el helecho de Navidad. Quedaba en luz mientras cenábamos, mientras salíamos a conversar a la vereda, mientras recorríamos en bici parte de la cuadra. Luego los tíos apagaban el reflector, porque su luz era la misma que haría arrancar el auto al día siguiente.
No recuerdo haberme desvelado pensando en Papá Noel, sin embargo pasaba ratos en la sombra del patio mirando la luna, tratando de entender el dibujo de un burro, una madre y un padre llevando a un recién nacido por los caminos blancos. 
Nunca fueron impactantes los regalitos envueltos con papeles extraños que aparecían bajo el helecho. Pero el olor del pan y el mantel del festejo, el ajetreo alegre de mi madre y el brillo de su frente, las pequeñas palabras con que la asistía mi padre, el silbido misterioso de los tíos perdidos en las habitaciones, la intensidad de la luz en el atavío del helecho, el sonido de las cucharitas en los vasos rebosantes de fruta, me daban la certeza de que era un momento único. Único e intenso, y que sostenía algo que había que cuidar como la luz, para tener para las próximas fiestas.



María Cristina Ramos
24/12/13

viernes, 6 de diciembre de 2013

LA CIUDAD HUNDIDA

Con carga de antigua leña 
pasa el joven leñador, 
carro de niebla sin sombra,
niebla mojada de sol.

Recorre extraño camino,
piedra y agua, nieve y flor,
con un canto que se lleva
las llamitas de su voz .

Las ventanas están todas
como a medio despertar,
pero hay una en que lo espera
la dueña de su cantar.

Pero en el agua, en el agua,
bajo el aire de cristal.

Han sonado las campanas
con un son de manantial,
si vende toda la carga
ganará su descansar.

Novia imposible lo espera,
pensando en él tejerá,
con la danza de sus dedos
un camino en el telar.

Pero en el agua, en el agua,
bajo el aire de cristal.

Si el oleaje trae misterio
esa noche la verá,
pero tal vez todo sea
silencio y serenidad.

Ya poca leña le queda
dos puñaditos, quizás,
pero el aire sigue inmóvil
y perdida la ciudad.

Ayer la vio y era suya
la gracia de su mirar.
Ella bordaba un pañuelo,
labor de su soledad.

Pero en el agua, en el agua,
bajo el aire de cristal.

Dicen que no es de este mundo
la ciudad, vieja ciudad.
Está anclada en otro siglo,
nadie la puede habitar.

Pero él sabe que lo esperan
ojos de hondura sin par,
y si el misterio florece
en sus calles entrará.

Se queda a orillas del agua
y se alarga su esperar,
y se duerme junto al carro,
abrigado en su soñar.

Mientras tanto sobre el agua
resplandece la ciudad,
es visible, es invisible,
burbuja de irrealidad.

Por sus calles alguien viene;
es joven su caminar.
Halla al leñador dormido
y lo deja descansar.

En su frente posa un beso
leve cual la levedad
con que sus pasos dejaran
la orilla de la ciudad.

Duran poco los reflejos,
brizna de su eternidad,
y la ciudad se deshace
en un soplo de verdad.

Cuando el leñador despierta
descubre, para su mal,
un pañuelo de ala blanca
bordado de soledad.

Ella seguirá esperando,
él buscando seguirá,
pero amor que es de otro mundo
es difícil de alcanzar.

María Cristina Ramos
Desierto de mar y otros poemas


miércoles, 4 de diciembre de 2013

NIEVE

Este es solo un copo,
nievecita breve,
parece que flota,
parece que llueve.
El aire lo sopla,
la hoja lo bebe,
parece que canta
pero no se atreve.
Este es sólo un copo
de sueño de nieve,
lo guardo en mi verso
aunque no se puede.





Para Marina Fdez, Clara Wieck y otros amigos de Ushuaia.

lunes, 2 de diciembre de 2013

CAMINADITO DE LOS JUANES

Caminaba Juan,
caminaba Juana, 
todos los Juanitos,
que habían nacido
bajo de una piedra,
todos chiquititos.
Todas las mañanas
dibujaban soles
para sus caminos,
que eran siempre largos,
empezaban calmos
seguían tranquilos.
Todos los Juanitos,
caminaba Juan,
caminaba Juana,
jugando a la sombra
de los matorrales
de la mejorana.
Se enfermó un Juanito
y se fue de boca
sobre oscura piedra;
le alcanzaron agua
y una cataplasma
con hojas de hiedra.
Le subió la fiebre,
le subió el silencio,
le bajó la escarcha,
todos caminaron
hasta una salita
con urgente marcha.
Lo atendió un Juanote,
que usaba una lupa
y anteojos de aumento,
y lo vio muy grande
para haber nacido
el último invierno.
Le dio una pizquita
de ruda marchita
para el mal de ojos,
dijo que cumplieran
todos sus deseos,
todos sus antojos.
Y como lloraban
todos los Juanitos
por el indispuesto,
a aquel le brotaron
nuevos corazones
que eran sus repuestos.
Iban de regreso
los Juanes más grandes,
los Juanes pequeños;
yo los vi pasar
mientras caminaba
caminos costeños.
Caminaba Juan,
caminaba Juana,
todos los Juanitos,
que habían nacido
bajo de una piedra
todos chiquititos.

María Cristina Ramos
Caminaditos
Los Cuatro Azules
Madrid, octubre 2013