miércoles, 29 de agosto de 2012

Encuentro de Arte y Escuela.


Agosto,








Más de 200 docentes y estudiantes de distintos puntos de la región.Experiencias, muestras y talleres. Maravillosa organización de un pequeño grupo de docentes del IFD 12 de Neuquén.
Participé con una ponencia y la lectura de fragmentos de mis libros más recientes.




martes, 21 de agosto de 2012

Escribir


            Un camino de hormigas, el papel plateado, una caja de botones, callecitas de la infancia. Entre una y otra tormenta de verano visitábamos a los tíos que vivían en el campo. Ella hacía galletas de miel, él criaba las abejas. Se metía en un traje de astronauta y exploraba las colmenas. A veces, sin traje, abría una y extraía un puñado de abejas rubias que recorrían sus dedos amorosamente, mientras nosotros, desde lejos, temblábamos de espanto.

         Teníamos vecinos misteriosos y otros, alegres y diáfanos. Tras la medianera vivía el médico del pueblo. Una vez por mes, el fantasma de una prima venía a visitarlo; se sentaba a los pies de su cama y le contaba de la otra vida. Nos dábamos cuenta porque ese día los pacientes esperaban en vano, y veíamos por las ventanas el resplandor de las velas, encendidas en los rincones. Otro vendía canarios. Tenía el pelo vaporoso y rojizo como el plumaje de los canarios de raza. Los criaba en un jaulón tan grande como una ciudad de pájaros, con fuentes y parques, plazas y escondites. Y los alimentaba con extrañas sustancias, granos de color intenso y polvos secretos para afirmar la ilusión. Ni muy cerca ni muy lejos, había una isla. Ni tan cerca ni tan lejos, el río, que ya no está, se abría en canales de riego. El agua devenía en árboles, los árboles en zorzales y jilgueros. 

         Los tíos más lejanos llegaban en tren. La estación era larga y la campana brillaba como bañada en azúcar cristal. El aire de la espera movía mi pelo y el banco de madera crujía, mientras mi hermano y yo columpiábamos los pies. Mi madre, mientras tanto, leía en la pequeña pizarra cuántos minutos habría de retraso, cuánto faltaba para que el tren resoplara por última vez y comenzaran a bajar los pasajeros. Nosotros nos empinábamos para divisar el sombrero del tío y el pañuelo de seda que mi tía usaba para saludar. Tal vez escribir sea repetir ese gesto, empinarse para ver también donde ven los otros, más allá de la medianera, por lo menos hasta los ojos de la gente, hasta la altura del ala del sombrero, en el límite del sol y la sombra; ese espacio donde la vida sucede a media voz. 

                                                                       María Cristina Ramos

domingo, 12 de agosto de 2012

El gallo azul.


El gallo azul quiere casarse
pero no sabe cómo hacer.
No hay novia azul ni hay una casa
que lo pudiera complacer.

Pica maíces de silencio,
porque no sabe contestar
a las preguntas que le hacen
las gallinitas del corral.

Entonces, se sube al techo,
se pone un traje de metal
y se convierte en la veleta
que marca un punto cardinal.



Maíces de Silencio. Editorial Ruedamares. Ilustraciones de Carlos Juarez.